Con una producción mayor que en 2023, afectada por la borrasca “Juliette”, se espera llegar a las 31.000 toneladas con una mejor calidad que en la pasada campaña, aunque los altos costes de las producciones mallorquinas se vislumbran como un gran problema para esta región insular.
“Habrá que escuchar al sector porque este problema acarreará consecuencias importantes. Nos encontramos en un impasse tremendamente preocupante”, asegura Joan Mateu, director de Mateu Export.
A la falta de relevo generacional en la isla, se suma la imposibilidad de llevar a cabo los cultivos de una forma coherente. Las restricciones de materias activas son muy elevadas y las que las sustituyen no han demostrado su efectividad al cien por cien, doblando su precio. “Con esta coyuntura estamos a un paso de que la producción por hectárea descienda y, por lo tanto, el precio de la patata, que ya ha registrado máximos históricos, siga subiendo.”
“El consumo de patata fresca ya está bastante ralentizado y su alto precio influye en la no compra del producto. Lo que se debería hacer es que el agricultor fuera feliz produciendo y que el consumidor cuando vaya al supermercado no piense que va a un funeral”, recalca el directivo.
La compañía, que en otros tiempos llegó a tener una cuota de mercado con el Reino Unido que superaba el 90%, en la actualidad solo depende de este país en un 25%. “Los requerimientos del Brexit son importantísimos, pero nuestra empresa ha tenido que adecuarse a la nueva realidad en varios puntos. Primero, hemos diversificado nuestra actividad hacia el centro de Europa y los países nórdicos, adaptando nuestras variedades y segundo, además de rodearnos de buenos profesionales, hemos tenido que trabajar con mucho sentido con los despachos de aduanas para adaptarnos a las formalidades actuales.”
Sin embargo, el profesional explica que la patata de Mallorca le debe mucho al Reino Unido y que, en su caso, con casi un siglo de trabajo conjunto, “en el Reino Unido, nos sentimos como en casa y agradecemos al consumidor británico su interés por nuestro producto”.
En Mallorca se dan dos cosechas, la de invierno, que se planta entre los meses de agosto y septiembre con recolecciones en enero-febrero y la de primavera, que se siembra en octubre-noviembre y se recoge a partir de finales de marzo, alcanzando su pico entre abril y mayo. Las principales variedades con las que la firma trabaja son Maris Peer y Lady Christl.
En la isla, al igual que sucede en Europa, los agricultores de patata de siembra están retirando su interés por este producto porque la patata con destino a la industria les ofrece mayores facilidades de cultivo. “Las fuertes regulaciones en materia fitosanitaria complican cada día más los cultivos. Si esta situación no cambia puede llegar un momento en que los agricultores interrumpan sus producciones. Si abandonan el campo, no volverán y las consecuencias podrían llegar a ser impredecibles. Creo que es muy urgente hablar con el sector.”
Este año se han vivido en la isla situaciones de stress y amplias fluctuaciones de calibres y calidad con la patata de semilla, “una situación en la que pedías un calibre y te llegaba otro y no existía la posibilidad de rectificación debido a su escasez”.
Los desafíos de la compañía de Sa Pobla pasan por mantener su posición en los mercados internacionales, así como atender el consumo de la isla, un mercado interior muy potente en el sector de la restauración por la existencia de más de 1.200 hoteles.






















