Nunca mejor dicho, éste es un perfil de altos vuelos. A bordo de un Piper Archer y a unos 3.000 pies de altitud transcurrió una buena parte de la entrevista. 58 minutos sobrevolando las comarcas de Lleida que acabaron con la impresionante panorámica que ofrece la confluencia de los ríos Segre y Cinca.
Hace más de 30 años que Joan Serentill (Benavent de Segriá, 1960) tiene licencia de piloto, y el volar, junto con el golf y el esquí, son sus hobbies preferidos.
Joan acudió a nuestra cita impecablemente vestido, como un galán que a mí me recordaba a los aviadores de las películas de entreguerras. Desde el principio, me resultó una persona explicativa, afable y pronto tuve la sensación de que me iba a poner las cosas fáciles.
Tras obtener las oportunas acreditaciones, nos adentramos en el aeródromo de Lleida-Alguaire. Después de minutos de espera en la sala de controladores viendo mapas y cartas de navegación, finalmente nos dirigimos al hangar.
Previo a nuestro vuelo, Joan realiza un minucioso chequeo exterior de cada parte del avión y revisa el combustible en ambas alas.
Perdone, ¿por qué mantiene tanto interés en el combustible?
Todo está previsto, pero los procedimientos previos son algo sagrado para los pilotos. Y así debe ser. ¿Sabe que la mayor parte de los accidentes se producen por falta de combustible?
Ya dentro de la cabina, Serentill hace sus anotaciones en el cuaderno de vuelo, chequea todo el instrumental de pantalla y pone a prueba los circuitos del avión. Finalmente, oigo el alfabeto radiotelefónico.
Echo, Charlie, Echo, Romeo, Charlie. Listo para despegar.
Perdone, pero es la primera vez que vuelo en un avión de este tipo y me impresiona un poco ¿Es cierto que existen las autopistas del aire?
Por supuesto, y en Europa central hay una zona de gran concentración de ellas, pero los aviones vuelan a distintos niveles. En este caso, no se preocupe que no colisionaremos.
Si no le he entendido mal, usted se dedicó durante más de una década a la competición, a los rallies aéreos. ¿En qué consisten?
Básicamente guardan mucha similitud con los de tierra. En ellos se combinan tanto la precisión en el aterrizaje como en la navegación, es decir el cronómetro y la orientación. La velocidad la marca el piloto, de tal manera que cada segundo que pase por encima o por debajo de lo establecido, penaliza un punto.
¿En qué nivel estuvo?
Llegamos a ganar un Campeonato de España y tuvimos la opción de ir a los Campeonatos del Mundo, pero yo tuve que declinar esa opción porque era en verano, la época del año que más trabajo teníamos en la explotación familiar.
Y algo también muy apasionante es el motovelero: despegas con la ayuda del motor pero luego paras y planeas ayudado por las corrientes. Es un auténtico desafío a la naturaleza y a la gravedad. Tuvimos un aparato de este tipo durante siete años.
¿Cuándo le surgió el gusanillo de volar?
Lo tuve desde muy pequeño. Mi padre hizo el servicio militar en la aviación de Reus. Yo siempre me lo imaginaba como un gran piloto, aunque era un sencillo cabo. Cuando jugábamos en la calle, que era lo habitual en mi época, yo no quería ser cowboy ni indio, sino general de aviación. Mi madre me contaba que me compró un jersey con un dibujo de unas alas y no quería quitármelo nunca.
Usted utiliza el avión como yo el coche. ¿No?
Bueno no tanto, pero alguna ventaja tiene el ser piloto. Lo utilizo como herramienta de trabajo porque me gusta y evito el tráfico. Sobrevuelo las fincas y he ido a muchas reuniones de Pink Lady pilotando. Recogía a mis colegas de Giropoma y llegábamos a Francia. Por supuesto, también nos hemos ido de vacaciones toda la familia a Mallorca, Ibiza. Mi hijo jugaba dentro del avión como juegan los niños dentro de un coche.
¡Qué suerte tienen algunos! Cuénteme alguna anécdota.
Hay muchas, pero le cuento ésta. Mi mujer tiene tan interiorizado el volar que, en una época en la que volábamos muchísimo, íbamos en coche en silencio por una nacional de línea continua y, de repente, me dice: ¿Joan, por qué no despegas?
Supongo que resulta absurdo que le pregunte, que si no fuera lo que es ¿qué profesión hubiera elegido?
Efectivamente, la respuesta es piloto. Pero lo cierto es que, con los pies en la tierra, me siento payés.
Me he enterado que es usted el gerente interino de Fruilar.
Je, je, sí, soy interino y he perdido la cuenta de tantos años de interinidad que llevo. Un buen día el consejo de administración me dijo preocúpate de esto y aquí estoy. La realidad es que todas las tareas del management a través de la producción me resultan fascinantes, pero en un mundo tan cambiante creo que la formación continuada es un elemento muy necesario. ¡En una faena tan fantástica como ésta, sólo nos faltaría ganar dinero!
Y usted se sigue formando.
Lo intento. Hace poco hice un postgrado de Gestión de la Empresa agroalimentaria, que entre otras cosas, me permitió poner nombre a actividades que ya realizábamos en Fruilar. Y, hace dos años estuve en Manchester realizando un ‘home stay’ para mejorar mi inglés.
¿Procede usted de la ‘payesía catalana’?
Sí, absolutamente. Mi familia siempre estuvo ligada al campo y fue una de las primeras de la zona que se inició en el negocio frutícola. Aunque es cierto que mis padres tuvieron una vena muy emprendedora para los negocios. Mis abuelos poseían una pequeña tienda de comestibles, que más tarde mi madre amplió con otras secciones: ropa, perfumería, etc. y en la que se vendía un poco de todo. Mi padre, hacía doble jornada. Se levantaba muy temprano, iba a las fincas y cuando llegaban los trabajadores les indicaba lo que debían de hacer y cambiaba de oficio porque se iba a la ciudad. Allí se dedicó al tema inmobiliario, en una época de mucha expansión. El patrimonio urbano de la familia procede de esa época.
Nuestra travesía acaba y nuevamente oigo… Charlie, Echo, Romeo. Larga final. Pista 3.1. Alguaire.
Por fin, tierra.