Juan López nació en la misma tierra que el cinematográfico Paco Rabal, en Aguilas (Murcia) en 1967.
Su familia, al igual que la del ilustre aguileño, procede del núcleo rural llamado Cuesta de Gos. Dice que se casó con Angeles por “descarte” (en su grupo de amigos sólo quedaban ellos solteros). Hoy, llevan 27 años casados y son padres de dos jóvenes de 20 y 24 años.
Descubro a un hombre absolutamente polifacético, que tan pronto se convierte en motero como coleccionista de arte, o te recita una décima. De hecho, acaba de regresar de una escapada motera por Galicia y el País Vasco, donde acompañado de sus amigos (el Hippy, el Bailón y el Pastor) ha recorrido sus caminos en busca de la mejor gastronomía.
Resulta sencillo bucear en su vida porque cuenta con el privilegio de que exista una novela,” Rambla Abajo”, sobre la vida de las tres generaciones que le precedieron. Un libro biográfico y costumbrista que, en su día resultó finalista de un premio literario.
Juan, que se sacó el Graduado Escolar haciendo en la mili, es la amalgama resultante entre inteligencia, diversión y guasa, combinados con un profundo sentido del deber, mamado en su casa, donde se trabajaba hasta en domingo.
Con anterioridad a nuestro encuentro, había mantenido conversaciones informales con él y me quedé estupefacta cuando descubrí a un amante y coleccionista del arte. Por ello, me dijo que si quería entender lo que me iba a enseñar, primero debía conocer al artista. Y así lo hicimos, visitamos al celebérrimo Manuel Coronado. La confianza entre ambos es tal que el pintor había dejado la llave de la cancela escondida para que Juan entrara cuando quisiera.
¿Desde cuándo conoce al artista?
No sabría decirle. Mejor sería preguntarme desde cuando no lo conozco. Somos amigos desde siempre, aunque él ha vivido en Estados Unidos, Barcelona, Mallorca y muchos lugares más, cuando regresaba a Águilas, quedábamos.
¿Usted compra arte como inversión o por qué le gusta?
Porque me gusta, por eso tengo obras muy distintas. La gran mayoría son de mi amigo Coronado, pero también tengo de Perelló, de López Davis, Lorenzo Martínez, Roca Fuster, Vicente Caballero, etc. Las temáticas y las etapas son muy variadas. Siempre me guio por mi corazón.
De Coronado tengo tantas que a veces le presto para sus exposiciones.
¡Menudo privilegio contar con un libro pormenorizado sobre la historia de su familia!
Pues sí, lo es. Cuando lo descubrí, de manera fortuita, me enganchó tanto que lo leí de una sentada con los nervios a flor de piel. Narraba la historia de mi familia, las mismas cosas que me había contado mi padre. Me puse manos a la obra y conseguí hablar con el sobrino del autor y editar más de un centenar de libros.
La obra fue escrita por el señorito de las tierras en las que trabaja mi familia en la Cuesta de Gos, en la sierra. Se titula “Rambla Abajo” porque abajo, en la zona de la Marina, empezaban a cultivarse los primeros tomates y mi padre lo veía como una oportunidad para sacar a sus hijos adelante. Sin embargo, en la Cuesta, después del cierre minero, se vivía en una economía de subsistencia dedicados al cuidado de tierras semi baldías que sólo producían esparto, alcaparras o almendras.
¿Qué tal le han sentado las vacaciones en moto por el norte del país?
De maravilla, los moteros formamos un buen equipo. Por lo menos, no hemos tenido problemas para comer bien tal y como nos pasó cuando hicimos la Ruta 66 en Estados Unidos. Entonces nos prometimos que no volveríamos a recorrer ningún trayecto si el buen comer no estaba asegurado. Y así lo hacemos. El año pasado, hicimos rutas por el Valle de Arán y este año otra vez, hacia el norte.
Si sus amigos tienen motes, usted supongo que también
Ja, ja. Aquí no se libra nadie. Yo soy el follatabiques.
Me han dicho que usted es capaz de hacerse más de 1.000 kilómetros por ir a comer a buen sitio.
¿Usted no?
Yo me lo pensaría dos veces.
Pues yo no. Si era capaz de ir a Madrid para que me dijeran que mi hijo no estudiaba, ¿cómo no voy a ser capaz de escaparme a casa Rufo en el Valle de Arán? En cualquier momento iría… Ja, ja.
Por cierto, creo que es un padre de armas tomar. ¿Será que esta tierra imprime carácter?
Yo voy de frente porque había avisado a mi hijo. Si suspendía lo internaba y cumplí mi palabra. Lo envié a un colegio en Madrid y volvió a suspender. Me gasté 17.000 euros en su estancia durante 10 meses. Al cabo de ese tiempo, fui a por él y lo puse a trabajar cortando sandías y berenjenas. Mi mujer dice que le daba los trabajos más duros y es verdad. Llegaba a casa lleno de polvo y agotado. Le pagaba la nómina correspondiente pero disponible sólo le dejaba unos 120 euros. Me devolvió íntegramente los 17.000 euros.
Como no quiso estudiar le dije que, por lo menos, tenía que saber inglés y lo envíe a Vancouver durante un año. El día que fuimos a recogerlo al aeropuerto de Madrid llevábamos otra maleta con ropa de verano y salió directo a Senegal durante 45 días a cortar sandías.
Aprendió la lección… y supongo que hoy le está agradecido
La aprendió muy bien. Hoy me siento orgulloso de él. Con 24 años tiene su propia empresa y, por cierto, le va muy bien.
Volviendo a las 2 ruedas, creo que, ¿además, de las motos, también ha hecho sus pinitos por el desierto en coche?
¡Ah, sí! Hace años, un buen amigo alemán y yo hicimos una ruta por el desierto de Argelia y Marruecos en un Wolkswagen Toaureg, que da nombre al propio recorrido.
Y cuando está en casa, cómo transcurre su día a día
Tengo la sana costumbre de salir muy temprano a caminar y empaparme de la luz y el paisaje de esta costa. Conozco con certeza cómo va variando la hora de salida del sol. Es un paseo que hago con 5 de mis 10 perros. Los otros 5 son de caza.
¿Qué quería ser usted de mayor?
Yo me quería dedicar al campo. Eso lo tuve claro desde siempre. No tuve en la cabeza ninguna otra opción y a los 15 años ya había plantado unas cuantas hectáreas de tomate.
¿Qué hará con tantas obras de arte?
Evidentemente muchas serán para mis hijos, pero mi ilusión pasa por montar la “Fundación Rambla Abajo” con el objeto de incentivar la cultura costumbrista local y dar apoyo a jóvenes que no tengan medios, pero sí cualidades. Creo que en este mundo que camina tan deprisa y se globaliza a marchas forzadas, se pierde mucho patrimonio del entorno. Por ejemplo, los jóvenes de ahora ya no recitan décimas, una tradición oral que aquí siempre ha estado muy arraigada.
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